Ruta100

Cada paso que damos nos da la alternativa de cien caminos

Una Experiencia Sin Sabor o el Sin Sabor de la Inexperiencia

Por Alonso Quijano

Mentiría si digo que estuve relajado durante la semana. No tenía idea que es lo que iba a hacer, y la mejor terapia fue no pensar en eso. Sentí varias veces la tentación de llamar al Tote para pedirle algún consejo, pero no me gustaba la idea de tener que representar a un personaje que no soy. Que salga lo que salga, esa fue la consigna.
Mientras iba en el auto barajaba las posibles actividades, pero no supe decidirme bien en el camino, tal vez porque eran demasiado escasas. Siempre he encontrado muy poco sociable ir a ver una película, soy del tipo de personas que se mete en la pantalla y no le gusta que le hablen, ni que le hagan preguntas, sobre todo cuando las cosas se deducen solas o aún o han pasado. Por otro lado, si no se hace algo después de la película la cita sería solamente con las cabritas y la bebida, así que mejor la descartaba. Otra opción era ir directo a algún bar entretenido y tantear el terreno desde la inevitable e inicial trivialidad hasta lo que se pudiera profundizar gracias al ambiente y el alcohol, pero como no soy un gran conocedor de estos acogedores lugares tampoco me sentía muy cómodo con esta opción. La tercera y última de mis alternativas era comer, muy parecida a la anterior, pero con el agravante de que siempre es más caro y, en general, uno no se puede ir hasta que termina (en el caso de que todo vaya demasiado mal).
Me estacioné, pregunté en el citófono por ella. Obviamente bajar altiro nunca ha significado para una mujer estar abajo en lo que se demora un ascensor en hacer el viaje, así que después de unos 20 minutos sentado, ante la mirada enjuiciadora de un conserje, en esos livings que ponen para rellenar las inhóspitas recepciones de los edificios, sin revistas, ni diarios, ni café, la ví salir del ascensor.
Debo reconocer que quedé impactado, aunque tratándose de una amiga del Tote no me debería haber esperado menos. La primera impresión se acercaba a la perfección. Valía la pena la espera. Mientras le abría la puerta del auto se me ocurrió que, para librarme de la responsabilidad, mejor le preguntaba a ella que tenía ganas de hacer. La respuesta no se hizo esperar ni un segundo y estaba lejos de mis ingenuas alternativas. Me dijo que una amiga celebraba su cumpleaños en un bar, de esos con baile, y que la mataban si no iba, pero si yo tenía pensado hacer otra cosa….Entendí inmediatamente el por qué de su tenida y no pude decirle que no, y menos con las alternativas que ofrecía.
El lugar no estaba nada de mal, una gran barra, buena iluminación y excelente música. Con gente llenando casi todos los rincones, bastante más producidos que yo para la ocasión. Una vez hechos los saludos de rigor, a un sinnúmero de desconocidos, me preguntó si no me importaba que ella fuera a hablar con una amiga que no veía hace mucho tiempo. Nuevamente, ante sus poderosas razones, no pude negarme.
La barra libre me salvó por alrededor de una hora, aunque tuve que aguantar una insoportable conversación con un tipo que no sabía hablar de otra cosa que no fuera su trabajo.
Cuando ya el tema no dió para más, además que no era la idea que yo tenía de cita, decidí buscarla entre la gente. No me demoré mucho en encontrarla, estaba en medio de la pista bailando con otras amigas. Me dediqué unos minutos a mirar, a ver si ella se percataba, por lo menos, de que yo estaba ahí. No se puede negar que la fiesta estaba bastante animada, y que me moría de ganas de estar yo también ahí bailando, pero mi escasa personalidad y mi poca confianza me tenían calvado en el mismo lugar.
La Amelia me hizo un gesto de saludo desde la pista y yo le devolví el gesto con el vaso en la mano, esperando ilusamente una invitación de su parte para incorporarme a su grupo, pero nada ocurrió. Volví a mi lugar, y después de oír todas las vacaciones en Punta Cana de una pareja que prácticamente hicieron lo mismo durante siete días, intenté volver al ataque. La música había decaído y la Amelia ya no estaba bailando. Esta vez la encontré conversando muy animada con un par de tipos. Me presentó y ahí nos quedamos, yo principalmente de oyente, hasta que la música mejoró y se me ocurrió proponerle que bailáramos. Me dijo que iba al baño primero, y al volver, obviamente unos 15 minutos después, me dijo que mejor nos fuéramos porque estaba muy cansada.
Cuando la fui a dejar me dijo que lo había pasado muy bien, muchas gracias y adiós. Yo, a esas alturas, lo único que quería era mi almohada y ver si me quedaba dormido con una buena película, así que gracias a ti y adiós….continuará

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