Por Amor al Arte

Por Alonso Quijano

No me pude quedar tranquilo por el resto del fin de semana, me costaba mucho entender mi comportamiento, tal vez porque me costaba convencerme también de que la Bárbara no era una niñita, o mejor dicho me costaba darme cuenta de que yo, de puro trancado, no lo aceptaba aunque la evidencia había estado ahí mismo, frente a mis ojos. Por otro lado me seguía dando vueltas la incógnita de como había llegado a la libreta.
No quise llamar al Tote durante el fin de semana, porque no quería exponerlo a que la Kika oyera algo de la conversación sobre la supuesta desaparecida libreta. Tuve que esperar hasta el lunes y llamarlo a la oficina.
Lo primero que hizo cuando le conté la historia fue matarse de la risa. Cuando pudo calmarse y volver a respirar a ritmo normal, me explicó que en realidad ese teléfono nunca debió estar ahí, que el nunca salió con ella. Que ese teléfono estaba ahí sólo por amor al arte. La historia era muy simple. La hermana del Tote trabaja en el mismo rubro que la Bárbara, y hace un par de años la María Angélica lo había llamado para pedirle que la ayudara a contactarlas porque la Bárbara estaba haciendo su tesis en un tema en el cual la hermana del Tote era una especialista. El, que aun tenía su libreta, y que fue lo que encontró más a mano en ese minuto, anotó los datos y, después de generar los contactos, se había olvidado del asunto hasta ese día.
Por lo menos ahora sabía que mi amigo no era un corruptor de menores, pero aún me quedaba una pequeña y extraña gota de culpa.
Con este episodio las interrogantes del fin de semana quedaban en el pasado y me sumergí en la monótona dinámica de la semana. De la casa al trabajo y vuelta, sin mucha actividad social, debido a que la mayoría de los amigos tienen que responder por otros lados.
A veces he pensado seriamente en la posibilidad de compartir mi departamento para no llegar todos los días a conectarme a la televisión o a la lectura, esta última cada vez mejor alternativa que la primera.
No tenía mucho ánimo de seguir con la famosa libretita. Sentía que, de alguna manera, solo se trataba de una pérdida de tiempo y dinero, y que estaba muy lejos de ser una buena forma de relacionarse y conocer al sexo opuesto.
Afortunadamente recibí una llamada de Sergio, para que fuera al cumpleaños de Pablo, amigos de la universidad, que se celebraría el sábado, así que decidí ocupar mejor mi tiempo y compartir con los amigos de antaño.
Debo reconocer que al llegar no me sentí muy cómodo. Si bien había bastante gente y un gran despliegue de tragos y comida, el ambiente se sentía demasiado acartonado. tanto hombres como mujeres parecían sacados de un catálogo de tienda, casi uniformados, y los temas de conversación no llegaban más allá de autos, propiedades, colegios y quién conoce a quién.
Me acerqué a Sergio, y a un par de viejos conocidos, y nos pusimos a repasar las mismas historias de siempre. Si el ambiente hubiera estado más regado seguro que terminamos cantando canciones de dibujos animados. Al grupo se fueron anexando más personas, principalmente porque estábamos instalados al lado de la mesa, lugar de paso obligatorio para todos, y era inevitable que oyeran nuestra conversación y que, de vez en cuando, alguien hiciera algún comentario y se instalara.
Ahí fue donde apareció la Carmen, con la que me enfrasqué en una discusión, sin pies ni cabeza, sobre los años en que se habían estrenado ciertas películas, pero que sirvió de puente para terminar hablando de temas bastante más interesantes, hasta que me di cuenta de que ya no estábamos participando del grupo ampliado, pero no me importaba.
Sin que fuera demasiado tarde la gente comenzó a abandonar la fiesta, y sentí que, no siendo yo una persona de confianza del cumpleañero, era hora de partir.
Como buen perno que soy, y producto de los tragos que me tomé de puro nervioso, me di cuenta, mientras manejaba a mi casa, que aparte de su nombre no había atinado a pedirle ningún dato a la Carmen, y que para verla otra vez tendría que mover algunos hilos….continuará