Ruta100

Cada paso que damos nos da la alternativa de cien caminos

Esos Viejos Buenos Tiempos Escolares

Por Alonso Quijano

Del otro lado de la línea se oía la voz de la Carmen, había pasado muy poco tiempo como para no reconocerla. Como no esperaba realmente que me contestaran, no tenía pensado algo cuerdo que decir, ni siquiera la trivialidad de presentarme.

Finalmente, después de los primeros segundos de angustia, pude articular una conversación. Le recordé sobre la noche anterior y conversamos un buen rato sobre algunos detalles inconclusos, pero luego de unos minutos me comencé a desesperar por no poder llegar a ningún puerto. Es obvio, entre gente crecidita y de poca confianza, que el llamado tiene que tener alguna intención, y no solamente cerrar algunos puntos de una conversación trasnochada entre desconocidos, pero hasta el momento no había nada. Ella hablaba con mucha soltura, como si de verdad la conversación se pudiera terminar en cualquier minuto con un simple adiós y aquí no ha pasado nada, así que me hice de valor y le pregunte si le gustaría salir esta semana conmigo a comer o a tomar algo, y así podríamos seguir nuestra amena charla.

Me respondió que de verdad estaba muy ocupada en la semana, que el fin de semana se iba fuera de Santiago y que mejor lo dejáramos para la próxima, que la llamara entonces y ahí veíamos que hacer. De alguna forma se daba a entender que la próxima semana sería el mismo tema.

Al terminar la conversación me dieron ganas de no haberla invitado a ninguna parte. Si de verdad hubiéramos terminado la conversación como dos conocidos, sin intentar ninguna cita, hubiera tenido la excusa perfecta para llamar una y otra vez, y simplemente conversar, hasta que se diera la ocasión de juntarnos. Es increíble como la mayoría de las personas no se da el tiempo de pasarlo bien sin buscar una intención de parte de los demás, siempre está el miedo a verse involucrado en algo que no se buscaba, de herir o ser herido, o de ser querido sin querer.

Recordé mis tiempos escolares, cuando no existía la posibilidad de salir a comer o a tomar algo, y todo se resumía en fiestas de fin de semana con apoderados que pasaban a buscar a sus pupilos a tempranas horas. Cuando hablábamos horas por teléfono con alguien que recién veníamos conociendo, y como no había nada que hacer simplemente se hablaba y se guardaba la esperanza de poder encontrarse en tal o cual fiesta. Creo que eran tiempos más sinceros. Todos sabíamos lo que pasaba entre nosotros, y si no se sabía se utilizaban los más básicos trucos para averiguarlo.

Hoy, en cambio, siento que la gente vive cada vez más hermética, incluso con sus propias parejas y familia, y es cada vez más difícil saber lo que está pasando por nuestras cabezas. Es como un extraño miedo a ser vulnerable, ¿pero vulnerable a qué?

Me volví a sentar frente al televisor, esperando alguna buena película dominguera, si no fuera por el cable seguro que terminaría viendo “Tiburón” o “La Novicia Rebelde” por enésima vez.

A los pocos minutos sonó el teléfono, era Pato invitándome a la playa para el próximo fin de semana, que es largo. Me garantizaba un muy buen ambiente, buena carne, vinos y fiesta, que no me preocupara, porque no eran puras parejas, iban en un grupo grande y varios estaban solteros aún.

El aún me quedó sonando como si el matrimonio fuera una sentencia inevitable, pero me entusiasmó la invitación y le agregó mejores expectativas a mi semana que ya estaba por comenzar…(continuará)

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