Ruta100

Cada paso que damos nos da la alternativa de cien caminos

(Un Paréntesis)

Me he dado cuenta, sin quererlo, que, hasta ahora, toda mi historia ha versado sobre desencuentros. Desencuentros que se producen en el primer encuentro. Separaciones prematuras, huidas, decepciones, desavenencias y falta de interés en el otro, pero…es un alivio cuando todas estas cosas han sucedido en los escenarios que uno ha previsto para poder desaparecer, sin crear mayores incomodidades, ni traumas, tanto personales como las del prójimo, de quién también hay que aprender a cuidar.

Anoche, mientras me tomaba unos tragos con compañeros de oficina, fui testigo de uno de esos hechos que va totalmente en contra de todo tacto. Tal como lo habré planteado en alguna ocasión, si uno no quiere que una situación se transforme en algo incómodo, entonces debe dejar la mayor cantidad de puertas y ventanas abiertas, para que el escape fluya en forma natural y no depender de sucesos probabilísticas para terminar con la tortura, todo esto pensando solamente en una cita con alguien que, tal vez, jamás en la vida uno vuelva a ver, pero, cuando se trata de relaciones ya existentes, por favor, hay que ser mucho más preocupado y sensato.

Si uno tiene la intención de terminar una relación con su polola o novia, no puede tener el descaro de invitarla a comer, menos hacerla dependiente en temas de transporte al pasarla a buscar en tu propio auto. Si, claro, ahora las mujeres pueden moverse a cualquier lado solas, pero no es la idea que, una persona que se subió a un auto feliz con su pareja, se tenga que parar de un restaurant y tomar un taxi porque un incompetente la despachó. Entonces qué sucede, llegan los dos, piden algo para tomar, algo para comer también, y el tema surge mientras toman su aperitivo, el garzón se siente incómodo al llevar los platos porque la situación está tensa (ya estamos involucrando a terceros que nada tienen que ver) y uno puede notar que ella no puede probar nada porque lo único que quiere es llorar, pero la situación no se lo permite, sabe que, aunque el 80% de la gente está distraída en otras cosas, más de alguna mirada está puesta en ellos. El, impávido, prueba su comida, mira con cara de nada y trata de fingir que “ahora somos amigos”, tomándose todo el tiempo del mundo, como si disfrutara el momento. Hasta que, después de una larga hora, llega el momento de pagar la cuenta y salir.

Como consejo me atrevería a decirles que, cuando quieran terminar, y las cosas no se hayan dado ya en conversaciones civilizadas, como debería darse, busquen un lugar neutral y de consumo rápido, ojalá un café o una heladería, a una hora normal, traten de que ambos lleguen por su cuenta, sean puntuales, traten de llegar primero, vayan directo al grano, no se tomen el café (excepto que hayan llegado mucho antes), y traten de hacerlo todo lo más rápido posible, no se alarguen en explicaciones tediosas o en promesas de amistad, paguen la cuenta de los dos y den la oportunidad al otro de salir primero o quedarse en el lugar…el tiempo hará todo lo demás. No caigan en el error de este pelafustán que ví anoche, ni en ninguna otra situación que no permita sacar la cabeza y respirar, miren que he sabido de quién ha esperado a estar en las Torres del Paine para terminar y, créanme, eso no se lo desearía a nadie.

style="color:#0066CC; font-weight: bold;